LA TERCERA EN DISCORDIA
Existirá alguna mujer que
disfrute de ser “la otra” en una relación. La amante, la trampa o la falsa;
aquella parte oscura e impublicable en la vida de un hombre. Siempre hasta antes de las diez de la noche,
nunca de madrugada y si es algo urgente deberás mandar un mensaje en clave para
evitar sospechas. Un amor a medio tiempo.
Hace algunos días presencie un
evento desagradable. Frente a mí, dos mujeres discutían por el amor de un
hombre, como si se tratase de un objeto, una le encaraba a la otra la propiedad
del amante desleal.
Carla es agente de bienes raíces
y gracias a sus excelentes contactos pronto abrirá su propia firma. Recién ha
llegado a los 35, es atractiva físicamente y con una personalidad arrolladora,
es capaz de convencerte en diez minutos de adquirir una deuda a pagar en 25
años. Imaginemos entonces su encanto.
La conocí hace algunos años cuando
le renté un departamento y ella renunció a la comisión para abaratar los costos;
pese a eso congeniamos y desde ese día nos frecuentamos esporádicamente,
siempre y cuando sus ocupaciones y las mías lo permitan.
Para no perder la costumbre
quedamos en almorzar en un nuevo restaurante de pastas cerca a su oficina
cuando fuimos sorprendidas por una dama reclamando lo suyo. La mujer con
lágrimas ahogadas, reclamaba a gritos por el amor compartido de su esposo. Carla
sin inmutarse (ni por el escándalo, la indiscreción o la inmoralidad) contestó
con sospechosa frialdad.
– Querida,
reclámale a tu marido. Te casaste con él, no conmigo. Él es el infiel, yo soy soltera,
hago lo que quiero y con quien quiero. Así que ahórrate la vergüenza y soluciona
tus problemas en casa- dijo resuelta.
La mujer solo atinó a gritarle
sinvergüenza y se retiro desconcertada ante la inesperada respuesta. No pude aguantar
mi desconcierto y pregunté -¿Qué carajo
fue eso, tú conoces a esa mujer?- sonrojada por la vergüenza que le hacía
falta a mi compañera.
Respondió que era la esposa de su
novio y que era un problema entre ellos; en ese mismo momento le marcó al móvil
a “su novio” y le exigió darle solución a sus “asuntos maritales” sin inmiscuirla. Con el mismo desapego, con que
le contestó a la mujer, siguió disfrutando del almuerzo.
Cuando trajeron el postre volví a
la carga con el tema y fui directamente a la yugular de Carla con mi pregunta – ¿Porqué aceptas ser la amante de un hombre
casado?-.
-Por una sencilla razón querida, me llevó lo mejor de él y de la vida
con él. Tengo la relación ideal; me consiente, complace y acompaña con más devoción
que cualquier soltero. No pretendo que deje su familia, por el contrario si él
fuese para mí a tiempo completo se arruinaría lo que tenemos.- dijo Carla
sin el mínimo pudor.
Cuando le increpé el hecho de haberse
enamorado de la persona equivocada, me pidió hacer un alto para corregir y aclarar
que ella no estaba enamorada de nadie, sólo disfrutaba del momento, del
excelente sexo y de la generosidad de aquel hombre inquieto. Cada una de las
partes obtiene lo mejor de la otra: él, una compañera incondicional sin
complicaciones ni compromisos de ningún tipo (siempre dispuesta) y ella una
(falsa) relación perfecta con un hombre a medio tiempo dispuesto a suplir sus ausencias
con regalos y excelente sexo.
Me sorprendí al escuchar la versión
moderna y desprejuiciada del viejo cuento
de “Estoy con ella por mis hijos”, en
estos tiempos los hombres difícilmente mienten sobre su estado civil y su situación
marital , pues saben que nosotras de antemano sabemos que cualquier promesa a larga
data o pretexto desgastado (tipo me divorciare cuando mis hijos crezcan, si la
dejo perderé a mis hijos, necesito tiempo para hacer las cosas bien, ella tiene
una enfermedad mortal, perderé todo lo que he ganado con el divorcio, etc.) no
lo creemos. Y aquellas quienes aceptan una mentira de estas, es porque en
realidad “quieren creerse” el cuento.
Hay dos razones por las cuales
una mujer acepta convertirse en “la otra” en una relación constituida: por
plata y por soledad. En buena cuenta, se resume en NECESIDAD. Económica o emocional.
Aquellas que lo hacen por dinero,
poder o conveniencia, son oportunistas acostumbradas a tomar el camino más
corto para llegar a la meta. Son las menos vulnerables emocionalmente y
representan el mínimo peligro, ya que pronto encontrarán otro hombre más
poderoso y adinerado. El cambio será inmediato.
Quienes se involucran por una
necesidad emocional tienen la situación más complicada pues buscan sexo, amor y
atención para suplir sus carencias afectivas, recuperar su autoestima deteriorada
en una anterior ruptura sentimental. Se aferran al hombre ajeno buscando
validarse frente a otra mujer, compiten con ella y fantasean ganarle (quitándole
a su hombre) sólo por el deseo inconsciente de rivalizar y ganar. Se engañan a sí mismas y alimentan la ilusión de
un amor imposible. Generalmente son las protagonistas de extraños triángulos
amorosos, confunden su lugar y algunas suelen establecer vínculos sentimentales
al punto de formar una segunda familia (en paralelo al matrimonio de él).
Y finalmente están las del tipo
de Carla, aquellas mujeres que disfrutan siendo amantes. “Soy amante y me gusta
serlo” vocifera como si fuese una profesión, con normas establecidas y mérito
alguno. Asegura que ella prefiere ser “La
amante amada, que la esposa engañada”, no arriesga nada en el camino y la culpa la tiene el hombre por andar buscando otra mujer cuando ya está “felizmente casado”.
Al despedirme, rogué porque nunca
una mujer del tipo de Carla se entrometa en mi relación. Reconozco
que algunas mujeres con tanto cinismo, son más Putas que Santas.